miércoles, 12 de octubre de 2016

De casas, hoteles y azafatas o acerca de los lugares donde he vivido

¿Qué es una casa?, se pregunta Julián Barnes en su libro "Niveles de vida".
Y escribe, todo lo magistralmente que puede trasmitir una traducción:
"Mi mamá viaja todo el tiempo y en cada habitación que ocupa replica un orden. ¿Es eso? ¿Es una casa algo móvil, que se lleva adentro? ¿O es esa mezcla de estilos de la convivencia? Mi sillón, tu cuadro, una unión impredecible. ¿Es lo que tiramos o es lo que compramos? 


Quizá es la gente que contiene. Mi tía vivía en dos casas: una sucia y gris en invierno, y otra limpia y feliz cuando la visitábamos. ¿Es un estado de ánimo? Un sábado a la tarde con lluvia es una casa, pero con sol no. ¿No? ¿O es al revés?


A veces creo que es las luces que luce. Para alguien quizá su casa es un ambiente, su cocina, o su cuarto si es adolescente. Para otros, su casa es un hotel, es siempre la noche. ¿Es un olor? A veces, un depósito de cosas o, quizá… ¿de rutinas? ¿Cuántas casas existen si te digo “Mi casa” y pienso en la de mi infancia? ¿Si la decoré yo sí, y si no, no?


 Y si estoy muy lejos, ¿sigue siendo mi casa, así, vacía, sin mí? Con mascota es más, sin mascota ¿es menos?
Me dice que una casa existe en dos planos: uno empírico y comprobable y otro sentimental y lábil. Y así con todo.
¿Vos decís que esto puede no existir?, susurro.
Se ríe.
Y apaga la luz."

Finito. Kaput. Hasta ahí, Julian Barnes. Salgan corriendo y cómprense uno de sus libros. Lean El loro de Flaubert. 


Cuando volaba en Aerolíneas, eones de tiempo atrás, había una compañera que llevaba cuadros en su equipaje y que los colgaba en los hoteles en los que vivíamos.Ella era excéntrica y pasaba los 40 largos, yo tenía 21. Nunca le pregunté por qué lo hacía. 
En esa época, las azafatas que volábamos internacional hacíamos postas de 10 días con mucha frecuencia. Si eras muy nueva, como yo, podían tocarte 2 postas de 10 días más una tercera a fin de mes. El sueño de todos los maridos: no estábamos nunca.
 Yo dormía con la luz del baño prendida en todos los hoteles, porque ya me había pasado de levantarme en la oscuridad, enfilar para el lado incorrecto y darme la nariz contra la pared.


La diferencia entre casa y hogar la fui aprendiendo con el tiempo. Me llevó 2 matrimonios y quedarme sin nada de lo que al principio confundí con armar un hogar: los muebles de algarrobo, por ejemplo, que no estaban de moda en ese momento, de los que fui fanática pionera y a los que mi madre juzgó "espantosos, no están lustrados y tienen nudos". 


O los cuadros y mil baratijas que fui trayendo de todas partes, creyendo que envejecería con ellos y les podría contar a mis hijos (que no tenía, siquiera), de dónde los había traído mamá.
Confieso que me acuerdo y me doy bronca, de tan naif, por no decir pavota.


Cuando me separé, 2 hijos después, me di cuenta que no quería nada, pero nada, de todo eso taaaan importante. La vida me estaba sacudiendo duro y yo dejándome sacudir.  Y la libertad de que no me importaran los objetos mientras mi vida "para siempre" se hacía pedazos fue otra bobada a la que adscribí con ganas por mucho tiempo.


La verdad, las mejores casas en las que viví son en las que crié hijos, y mi mejor recuerdo de ellas es escucharlos hablar:
-¿Vieja, te acordás del portero del departamento de Díaz Velez?
Claro que me acuerdo. Se llamaba Marcelo
-Ma,¿te acordás cuando en  Billinghurst nos robaron una bicicleta del balcón?
También me acuerdo. Estaban tan fisuras los pibes, que la tiraron 2 pisos para abajo.
- En avenida Belgrano no había placares,mamá...
Es verdad. Pero era enooooorme.


Son las voces de mis tres hijos recordándome que construí hogares una y otra vez, para que nos cobijaran, para que nos riéramos y nos peleáramos.
Para seguir viviendo. Siempre, siempre juntos.
Porque eso es el hogar: donde nos seguimos juntando, sin mirar demasiado para atrás. Por si acaso.
Hasta mañana
Gaby





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